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Museo de Pichilemu
Cultura y tradiciones de nuestro balneario de Pichilemu
Dentro de la historia comunal pichilemina, en el campo intelectual destacan ampliamente tres nombres de la familia Arraño Acevedo, formada por José Luis Arraño Ortíz y María Soledad Acevedo Caro; quienes tuvieron además a Cristina, Guillermina y Peter.
Ellos son José Luis (1910-1957) médico, Alberto (1914-1998) cura jesuita, y José Santos (1921-2009) escritor y crítico literario; todos los cuales, al margen de su profesión u oficios, escribieron. El primero publicó tres libros: Morbus (1934), Calle Abajo (1943) y Tierra del oro y de la virgen (1966); el segundo: De niño campesino a Cardenal (1966) y El Almacén de mi Tío Desiderio (1982). Y el tercero: Pichilemu y sus alrededores turísticos (1999) y Hombres y cosas de Pichilemu (2003).
José Luis Arraño Acevedo: Para ser justos, debemos agregar que su trayectoria no solo se remite a la labor de médico, escritor y servidor público. En efecto, debemos señalar que fue parte de la ANEC y fundó la Academia Literaria Carlos Walker Martínez, siendo presidente de esta institución mientras Roque Esteban Scarpa era su secretario; quien como hombre de letras fue poeta, escritor, investigador, docente y llegó a ser director de la Biblioteca Nacional y de la Dibam, Biblioteca, Archivos y Museos.
Alberto Arraño Acevedo: Paralelo a su labor pastoral y de profesor, donde llegó a ejercer el cargo de rector del colegio San Ignacio, fue un escritor e incansable colaborador de la prensa nacional.
Son, precisamente, estas crónicas y artículos que publicó durante décadas, religiosamente, en diarios, revistas y periódicos los que le valieron el reconocimiento entre sus iguales, por su pluma que en cada escrito trazaba con talento y soltura, adentrándose en los recovecos de las actividades más simples y nobles del campo chileno.
En su trayectoria literaria fue miembro de la SECH, Unión de Escritores Americanos, Pen Club de Chile. Diversos diccionarios literarios traen referencias sobre su personalidad, como el compuesto por el escritor y editor polaco Efraín Szmulewicz.
José Santos Arraño Acevedo: Decir “¡que lindo es Pichilemu!” -para muchos- es evocar automáticamente el programa radial que por años -primero- en Radio “Atardecer” FM y luego en Radio “Entre Olas” FM que semanalmente llevaba la característica voz y figura del escritor local José Arraño.
Su vinculación a los medios de comunicación se remonta al año 1944 cuando motivado por su amigo y servidor público -el funcionario municipal Carlos Rojas Pavez- lo embarcó como colaborador junto a Miguel Larravide Blanco, en la fundación del periódico “PICHILEMU”.
Ahí empezó a escribir en la efímera primera etapa que culminó ese mismo año, al cabo de ocho ediciones. Periódico que intentó revivir el año 1949 con un número y que permaneció durmiendo hasta el año 1986 cuando -tras adquirir los derechos de manos de su fundador- lo volvimos a editar hasta el año 1990. Y el año 1996 con un número.
Son quizás, en conjunto, quienes más libros hayan escrito relacionados con la comuna, sus paisajes, personajes públicos, semblanzas campesinas, sobre el Hijo Ilustre y Primer Cardenal Chileno, José María Caro Rodríguez, de quien eran sus sobrinos nietos.
- Medios escritos que -como otros: El Marino (1908), El Puerto (1917)- cuenta la historia de hechos relevantes en variados ámbitos del quehacer comunal.
- “El Promaucae” quedó -para muchos lectores- como un periódico pichilemino; pero no, solo fue el Suplemento del periódico “Pichilemu” que se volvió a reeditar después de casi 4 décadas de sueño invernal. ¿Por que esa creencia errónea? Acá le explicamos parte de la historia ...
Durante los años del régimen militar existía un organismo -DINACOS- que regulaba la existencia de medios de comunicación.
En consecuencia, para cumplir con las disposiciones vigentes enviamos la solicitud para fundar un periódico en Pichilemu, pero nunca respondieron.
Periodistas amigos del diario La Tercera, medio del cual era su Corresponsal para Pichilemu y la nueva provincia de Cardenal Caro, me orientaron ante el impedimento y tramitación: “Haz lo que hicieron con el Fortín Mapocho, era un medio creado legalmente, que estaba “durmiendo” y ellos lo reeditaron. ¡Así de simple! Y, agregaron: “Averigua si hubo alguna vez un periódico en tu comuna y si es así, consigue los derechos y lo sigues editando tú ...”.
Claro, sabíamos de la existencia de periódicos que habían salido en el pasado; pero no nos habíamos puesto en ese escenario. Averiguamos la dirección de residencia del fundador de uno de ellos, del periódico “Pichilemu” y fuimos a conversar con él -don Carlos Rojas Pavez- al que conocíamos; pero nunca hablamos de ese tema.
Lo contactamos por teléfono para decirle que tenía interés de conversar y si podía recibirme, su alegría de conversar con un coterráneo propuso hora y día. Llegamos a la comuna de La Reina donde residía y tras explicar mi interés y propósito -única manera para soslayar “el permiso de Dinacos” era recurrir a una publicación ya autorizada legalmente en su momento, al margen de estar circulando o no- de inmediato respondió: “Lo felicito por sus intenciones de editar el periódico”, pero advirtió: “No es fácil mantener una publicación y menos es un negocio si lo mira como tal. Al contrario, pese a su entusiasmo es posible que llegue el momento de dejar de editarlo; pero si tiene esa convicción, adelante. Lo autorizo a que lo edite nuevamente a la luz pública ...”, dio como respuesta.
“Junto con agradecer su disposición, le pregunté: ¿Cuánto significa esa autorización ...? Don Carlos Rojas dijo: “Qué le voy a cobrar. Se está echando encima un saco de problemas. Yo feliz de recibir cada edición. ¡Con eso me basta ...!!”, sentenció el ex servidor público, quien había sido secretario municipal por varias décadas y que tras jubilar como tal, fue alcalde entre 1967 y 1971.
“…., me comprometo a enviarle cada edición y -como corresponde- mencionar su calidad de fundador del medio y fecha de ello ...”; indicándome que no era necesario.
Para los efectos legales debía presentar un documento notarial que respaldaba los términos de propiedad del medio ante la Biblioteca Nacional y la respectiva Gobernación Provincial; documento que se firmó al día siguiente en una Notaría en donde él era cliente. Corría el último trimestre de 1985.
Con el diseñador gráfico Julio César Rodríguez -que trabajaba en La Tercera- planificamos la salida del número 10, la continuación de los nueve números que entre 1944 (8) y 1949 (1) logró editar su fundador junto a los colaboradores: don Miguel Larravide Blanco y don José Arraño Acevedo.
Considerando que la primera edición había circulado el 31 de enero de 1944, nos propusimos salir con el N° 10 en su fecha aniversario.
Sin embargo, el Primer Campeonato Nacional Abierto de Surf que estaba organizando el surfista Álvaro Abarca para el mes de Enero próximo, nos hizo anticipar la “salida” de un Suplemento que estaba planificado para ocasiones especiales.
El Promaucae
Fue así, como sacamos el 15 de enero de 1986 El Promaucae; adoptando el nombre de una publicación fotocopiada que -por iniciativa propia- habíamos ideado para destacar las actividades del Centro Hijos y Amigos de Pichilemu, institución de la cual habíamos formado parte.
Esta publicación la editamos esporádicamente como Suplemento del periódico “Pichilemu” cuando se nos acumulaba material entre número y número. Y cuando había un apoyo mayor en avisaje que permitiera su financiamiento. Y, obvio, para dar cobertura especial a hechos que estimábamos de importancia.
Tanto el nombre “Pichilemu” como el “El Promaucae” lo inscribimos en el Registro de Marcas del Ministerio de Economía, para proteger el uso exclusivo del nombre, en la clase correspondiente.
En el caso de “El Promaucae”, el mismo nombre lo usamos en la Editora e Impresora “El Promaucae” que creamos paralelamente -con el giro comercial formalizado- para echar a andar una pequeña imprenta que permitió dar servicio de impresión de Boletas, Guías, Facturas, formularios de diversos ámbitos, artículos publicitarios, tarjetas de visita, etcétera, etcétera.
Asimismo, durante varios años editamos calendarios con motivos de Pichilemu, postales a color, en blanco y negro, sepia, afiches, guías turísticas a todo color. Y media docena de libros, al menos, aparecieron bajo el sello de nuestra editora.
Entre ellos los que están más frescos sus nombres: “Pichilemu, mis fuentes de información”, “Galvita de Pichilemu”, “Los Jordan”, “Pichilemu y sus lugares turísticos”, entre otros (ver próxima nota sobre los libros de autores locales).
Héctor Luis Pacheco Urzúa (1960). Trabaja en su Taller de Vulcanización, en pleno centro del radio urbano brindándole servicios a los residentes y turistas, junto a sus colaboradores.
Héctor Luis, desde pequeño estuvo entre neumáticos, cámaras y fierros, pues su padre se dedicaba al oficio de Vulcanizador (*).
Hace unos años -cuando supimos del “amor por la pintura y el arte”- y ante una pregunta, señaló: “Desde muy niño tuve fascinación por la naturaleza y, en especial, por las aves”, para enseguida recordar que -a los 14 años- ocurrió lo que podría decirse fue “un antes y un después”. Así nos lo explicó: “Mi profesora Katia Lillo me pidió que dibujara un sueño y, de ahí, surgió un cuadro abstracto y lleno de colorido que le encantó, y me motivó a seguir pintando y sacarle partido a la sensibilidad artística y talento -que ella, según me dijo- vio en mí”.
“De ahí seguí pintando en forma autodidacta y, paralelamente, decidí seguir el oficio de mi padre. Y en eso, descubrí que “en los clavos que sacaba de cada neumático, había toda una historia y decidí utilizarlos haciendo o creando -a mi modo de entender- arte que se han materializado en cuadros -aparte de pintura- hechos con clavos que han provocado pinchazos, molestias, garabatos; pero yo les doy un sentido más agradable a la vista”.
En efecto, el duro oficio de vulcanizador no le ha restado en nada su veta creadora y, al contrario, sus obras y pinturas han llamado la atención de quienes conocen de su trabajo. Ha expuesto en Matucana 100 (M100), el 2014; en el Centro Cultural Ross. Felicitado, destacado, lo que ha servido para que siga creando …..
(*): Su padre -Sergio Pacheco Arzola- fue uno de los primeros pichileminos que se dedicaron al oficio de vulcanizador y, paralelamente, con servicio de Taxi.
José Ignacio “Surfart” Vargas Celis (1975) es uno de los más activos pintores pichileminos, con estudios de arte y pintura en la universidad. Su temática está relacionada con el mar y el surf, principalmente.
De hecho, más de alguien lo conoce como el muralista de las “sirenas”, donde esta especie de la mitología marina (mitad pez, mitad mujer) suele ser protagonista en sus coloridas obras que se aprecian en distintos puntos del radio urbano, como en cuadros en diferentes formatos.
Ha participado de exposiciones colectivas como de individuales. Y hoy, junto con crear y crear obras, enseña a través de cursos de pintura personalizada o en grupos. Aunque, no pocas veces se ausenta para ser parte de un proyecto, donde un mural se convierte visualmente en la atracción para el público.
Algo que no deja de llamar la atención en su obra, es la perfección de las olas. La explicación es sencilla: además, este artista es parte de las primeras generaciones de surfistas locales -donde su hijo Nicolás le siguió en las olas, siendo hoy uno de los mejores en el país- y, por ello, conoce las olas por fuera y por dentro.
Si quiere conocer más de su obra y/o quizás animarse a pintar, fácil: Búsquelo en el “Callejón-Art”, ubicado en Dionisio Acevedo N° 248.
Jorge Aravena Llanca, conocido más por su vena autoral con más 70 canciones escritas a la gente y tierra de su madre -Pichilemu- es, además, cantante, fotógrafo, investigador y escritor con decenas de obras publicadas, relacionadas con Pichilemu, sobre personajes patrios de Chile, Ecuador, Venezuela, entre otros.
Aparte de grabar más de 70 canciones a Pichilemu, ha grabado decenas de tangos y milongas, con tanto o más sentimiento que un ciudadano argentino, ya que gran parte de su infancia y juventud la vivió en Argentina, hacia donde su familia emigró; lo que no impidió desafectarse de Pichilemu, ya que volvía en los veranos a vacacionar y cantar.
Su tremendo amor y generosidad hacia nuestra comuna y su gente, le hizo merecedor -el año 1997- al título de “Hijo Ilustre” de Pichilemu, distinción que lleva con mucho orgullo.
Sus temas más conocidos, son: “Quiero volver a Pichilemu”, “Estrella de Soledad”, “Noches de Pichilemu”, “Tonada para el Macaya”, los más antiguos grabados en discos de vinilo a principio de los ’70. Y posteriormente en cassettes y CD, donde le ha dedicado loas a personajes y hechos ocurridos en la historia comunal.
No obstante, sus obras más importantes son sus libros sobre diversos aspectos de Pichilemu, como obras referidas a Bernardo O’Higgins, José Miguel Carrera, Manuel Rodríguez, a Simón Bolívar, a Violeta Parra, a Alexander Von Humbold, a Carlos Gardel, Jorge Luis Borges, sobre el Tango, a personajes ecuatorianos donde estuvo radicado en su alejamiento físico de Chile hasta emigrar a Alemania donde permanece hasta ahora.