Offcanvas Section

You can publish whatever you want in the Offcanvas Section. It can be any module or particle.

By default, the available module positions are offcanvas-a and offcanvas-b but you can add as many module positions as you want from the Layout Manager.

You can also add the hidden-phone module class suffix to your modules so they do not appear in the Offcanvas Section when the site is loaded on a mobile device.

0012 345 6789
office@insightfx.com
64184 Graham Place

Categoría

Balsero es una actividad que -poco a poco- va quedando en retirada en el país. En nuestra comuna se realizó desde los años ’70 hasta los ‘2000, aproximadamente, años en que estuvo en servicio la balsa, en Cáhuil.

Acá en la comuna de Pichilemu, tal actividad la realizó -en la laguna de Cáhuil- don Alberto Guajardo Leyton por casi 30 años, desde los primeros años de los ’70, “a puro ñeque” cuando Vialidad puso en servicio una Balsa para trasladar personas, vehículos, desde una ribera a otra.

Una actividad no remunerada, sino a la propina y voluntad de los usuarios. Y, generalmente, se limitaba a “un muchas gracias”. No obstante, a que era una balsa a propulsión humana, donde para “moverla” se necesitaba el esfuerzo del encargado y ayuda voluntaria de los propios usuarios cuando el viento o el peso de la carga hacía más difícil su marcha, tirando el cable de acero que la mantenía asida a topes y/o machones de madera.

Con el tiempo y necesidad de darle mayor capacidad, como de dotarla de modernidad, se le agregó un motor a petróleo y sistema de poleas que permitía -sin ayuda humana- darle movimiento a ese medio para cruzar en uno y otro sentido del camino que comunicaba a las comunas de Pichilemu y Paredones; dejándose de usar cuando a principios de los años 2000 se inauguró un Puente a orillas del borde costero, en la misma laguna.

“pichilemunews” a través de esta instancia reconoce y valora póstumamente el valioso trabajo que realizó don Alberto en beneficio de los usuarios, a los que no dejaba “botado”, no obstante, terminado el horario establecido, arribaban “después de la hora” para continuar a Paredones o regresar a Pichilemu. Siempre dispuesto con su humildad, voluntad y enorme corazón.

El oficio de lavandera es uno de las actividades tradicionales y rutinarias de la mujer que, desde tiempos remotos fue una necesidad indispensable para mantener, por una parte, las prendas de vestir del grupo familiar, personal. Y, como se verá -en la historia- un oficio necesario y remunerado como servicio a terceros.

Un oficio tan noble como el que más, fue motivo de inspiración de destacados pintores, escultores. La obra más cercana con esa temática es el óleo del pintor alemán Mauricio Rugendas (que permaneció en Chile entre 1834-1844) quien se inspiró y pintó “El Huaso y la Lavandera”, cuadro que reproducimos en el interior de la ilustración principal (de la artista y profesional pichilemina Alejandra Vargas Soto).

Quisimos incluir en este proyecto de “Historia Virtual de Pichilemu” a miles de mujeres, incluidas nuestras madres (que al menos, tuvieron que lavar nuestros pañales) y, particularmente a decenas de lavanderas de nuestra comuna. A varias conocimos y a otras tantas que, supimos se dedicaron a esa noble actividad de sustento familiar.

Cada una con una modesta artesa, con agua, jabón y premunidas de escobillas de curagüilla. Y, muy cerca -en una hornilla- con un tarro haciendo hervir la ropa blanca, para despercudirla con jabón Popeye o Gringuito, según recordamos. Ahí, en la artesa dale que dale con la escobilla sacando la mugre, manchas y toda clase de fluidos.

Las recordamos a todas como un modesto homenaje y reconocimiento póstumo a su labor. Entre ellas, las hermanas Elcira “Chilita” y Carmen Vargas de Pueblo de Viudas; y Aída Rosa Becerra Arraño, de la Quebrada Nuevo Reino, por dar algunos nombres más frescos en la memoria.

También, la señora Victoria “Toyita” Jorquera (madre de Jorge González Jorquera), y la señora Eugenia Vargas de Carreño, en el sector El Llano, en la calle José Joaquín Pérez, a una cuadra y media del estadio municipal. La que, durante un tiempo lavaba la indumentaria deportiva del Club “Independiente”, en sus primeros años de vida.

Cómo olvidarlas cuando, al cabo de unos cuatro o cinco días -tras retirar la ropa- regresaban con ella límpida, resplandeciente y planchada. Para ello, ordenaban las piezas, ya sábanas, fundas, prendas varias de vestir de hombre y mujer, las envolvían en un paño hecho de saco harinero, amarraban sus cuatro puntas y a la cabeza se ha dicho. Más otros bultos en sus manos con prendas más chicas, atravesaban los terrenos eriazos desde Pueblo de Viudas hacia Pichilemu -unos tres kilómetros más o menos- buscando acortar distancias hasta su destino.

Para ello, debían bajar al estero que corre por la Quebrada El León y que surte de agua a la laguna El Bajel, atravesarlo por sobre un tronco o por el lecho, dependiendo del tiempo y caudal de agua llevara. Y de ahí, salvado el cruce del estero, por entre medio de las vegas para subir hacia el inicio de la calle José Joaquín Prieto y alcanzar el plan; y luego dirigir sus pasos al destino de sus clientes, repartiendo la ropa de uno y otros.

Gerardo Villar Martínez, fue un multifacético pichilemino en el campo laboral. La última vez que conversamos con él fue el año 2008. Fue, precisamente la multiplicidad de labores en que lo vimos, lo que nos llevó a conocer más de su persona.

En la ocasión, al dar respuesta nos dijo: “Nací el 15 de Julio de 1927. A la fecha tengo 81 años, soy casado, tengo siete hijos. Mis estudios de preparatoria los hice en la Escuela N° 90 ahí en calle Ángel Gaete casi esquina de O’Higgins, casa que era de la familia Camilo Aguilar. De mis profesores recuerdo a Don Rufino Castro y al Sr. Sepúlveda cuyo nombre de pila olvidé; pero me acuerdo de algunos compañeros: Gonzalo González, Sergio Urzúa, Eugenio López, Augusto Aliaga, Baltasar Leyton, Gustavo Garrido, José Miranda”.

“Mis oficios principales, son mueblista, maestro constructor y cochero. He realizado toda clase de actividades: Desde ataúdes, muebles, puertas, ventanas y casas. He construido cientos de casas en Pichilemu. También he participado en la construcción de escuelas dentro y fuera en la comuna.

Desde los doce años empecé a trabajar lavando autos y haciendo jardines en el Hotel Ross. Ahí también trabajé de panificador en la Panadería de ese hotel cuando el dueño era don Julio Magnolfi. Después de eso, como a los 17 años empecé en la construcción. Mi padre era maestro y mirando y trabajando empecé a aprender. La primera casa que hice fue de piedra en el sector Infiernillo y todavía está parada. Esta construcción la tomó en trato el maestro Heriberto Pérez, que era el contratista, pero yo la construí. Más adelante, con más experiencia, empecé a trabajar con ayudantes a mi cargo y me buscaban. Por ejemplo, le hice la casa –esa inmensa casa- al Doctor Basilio Sánchez. La Planta Automática de Teléfonos la hice yo. El Hangar del Aeródromo también. En esta obra el trató lo hizo mi compadre Antonio Álvarez, pero él me buscó a mí para que la hiciéramos. Esa construcción me dio y aún me da orgullo, porque esas cerchas tienen 17 metros de luz y ahí ve usted. Todavía están sin signos de malograrse. Lo mismo la viga de hormigón armado que tiene 15 metros de luz. Algo que no hace cualquiera”.

¿Consultado cómo se entretenían en su infancia y juventud?: Cuando niño jugábamos al LIBRADOR. Este juego era muy entretenido, pero a veces terminábamos muy tarde ya que a veces costaba encontrar a todos los que participábamos. Nos escondíamos en casas, árboles, en fin”.

¿Participó de alguna Institución? “Siempre me gustó el fútbol, pese a la dificultad que tengo en una de mis piernas (*), lo que hacía esforzarme más. Y como sobresalía jugué en el Club Deportivo “Unión Pichilemu”, como en los campeonatos de los Barrios, donde -jugando por el “Cañonazo”- fuimos campeones en varias ocasiones. Y quizás me vio arbitrando en alguna ocasión. De hecho, me buscaban hasta de otras comunas para ir a arbitrar.
También fui bombero en mi juventud. Por ahí aparezco en algunas fotos del pasado”.

(*): Efectivamente, en nuestra niñez no existía una Asociación de Árbitros, y solo “valientes voluntarios” con algunos conocimientos del reglamento, se atrevían a arbitrar los partidos.
Entre ellos, se destacaba don Gerardo Villar, quien tenía una pierna más corta; pero ello no le impedía jugar fútbol ni arbitrar. Se caracterizaba por estar siempre cercano a la jugada y sus cobros siempre eran acertados y enérgico ante los reclamos de los jugadores.
Pasaron varios años -en los ’80- cuando se consolidó una asociación, la encargada de arbitrar los partidos que organiza anualmente la Asociación de Fútbol de Pichilemu.

Juan Raúl Flores Flores es quizás el garzón que más está presente en el inconsciente colectivo de los pichileminos, más por su festiva atención y “palomilla”. No obstante, ese carácter igual le abrió puertas en otras ciudades que -durante los crudos inviernos pichileminos, como a varios otros de la actividad- lo llevaron a trabajar en establecimientos importantes.

Incluso, el pichilemino -Luis Muñoz Gaete- trabajó durante varias temporadas durante sus vacaciones en el Gran Hotel Ross, y tras ellas, se enrolaba en el Hotel Carrera -de la cadena Hilton- establecimiento que lo tuvo dentro de su planilla.

Pero, dentro de este oficio sabemos de muchos otros que se destacaron por su atención.

Entre los que recordamos están Custodio Becerra González, Juan Jorquera, Luis Arenas Jorquera, Feliciano Becerra, Alejandro Mella Galaz, Crescente Bozo Pérez, Valentín Saavedra, Andrés González, Juan y Edgardo Jorquera Urzúa, Julio Tobar, Raúl y Heraclio Aguirre Cornejo, Manuel Arenas, Jorge Vargas Bozo, Oscar González Becerra, Ismael Carrasco Bañados, Tarsicio Becerra, Carlos Fuentes Meneses, Fernando Llanca, a los hermanos Humberto y Juan Vargas, Anselmo Herrera, Juan Cornejo Bustamante, Luis Cáceres Vargas, “Rucio” Quinteros, Mario Valenzuela Cabrera, Carlos Díaz Cabrera, “Chico” Insunza, Manuel Carrasco, los hermanos Manuel y Enrique Becerra Jorquera, Patricio Galaz Eloz, Carlos Saldías Farías, Vladimir Santander Saldías, los hermanos Antonio, Eduardo y Roberto Saldías González, los hermanos Renato y Mario Rodríguez Tobar, Ramón Godoy, Mauricio Vargas Tapia. Amén de los que -desde otras ciudades y pueblos- llegaban a trabajar en la temporada estival.

Adolfo Moraga Rodríguez fue un zapatero remendón y un destacado talabartero que -en su apogeo- contaba con empingorotados clientes no solo de la comuna, sino de la región por su fino trabajo en montura chilena, donde el trabajo en cuero con la prolijidad de las costuras aseguraba un trabajo de calidad y durabilidad, altamente apreciado por sus clientes.

Junto a sus hijos -que le ayudaban principalmente en la reparación de calzado- en su juventud, por mucho tiempo mantuvo a su taller con una amplísima preferencia, donde la calidad de los trabajos y puntualidad era la marca; la que heredó su hijo Mario y cuyo oficio ejerce hasta hoy.

En el recuerdo, con no menos mérito, están otros zapateros remendones, como Nicanor Cáceres, Remigio Catalán, Gustavo Díaz, Alfredo Poblete, Carlos Fuentes Meneses, Viterbo Osorio, Mario Moraga Cáceres, Rosamel Osorio y esposa Magdalena León, estando estos tres últimos plenamente vigentes.

Herramientas: No obstante, a que este antiguo oficio se mantiene vigente -como las herramientas- casi todas siguen siendo de uso diario: agujas, leznas, martillo zapatero, pata (fierro fundido con 3 puntas, en cada una de ellas una plancha con la forma de un zapato de hombre y otra de zapato de mujer, taco), escofinas. Y otros insumos, clavos, tachuelas, puntas, lijas (para afilar cuchillos), anilinas, tintas, pastas o betunes, hormas, etcétera.